lunes, 30 de enero de 2012

Templo de Kali, Calcuta, India.

Tenia tiempo sin escribir. Los últimos días que pasé en Tailandia fueron tranquilos, con reencuentro de viajeros por casualidad y con algunas cervezas para festejar el año nuevo chino.

Suena el despertador a las 6 am, voy directo a la ducha, abro el agua fria para refrescarme un poco del calor de Bangkok que abraza a lo Maracaibo. Me visto, me pongo la mochila y piso de nuevo el concreto para dirigirme a la estación de metro de Hua Lomphong. Bajo en Petchaburi y tomo el tren que me lleva al aeropuerto. Me sorprende la eficacia y modernidad de este medio de transporte en pleno sudeste asiático. Se acabó, kapun kap Tailandia, gracias por la escuela que me diste cada día que estuve en tu suelo.

Son casi 3 horas de avión desde Bangkok hasta Calcuta. Ya el avión es un presagio de lo que es la India, es un desorden total, los indios no hacen caso a las aeromozas cuando les dicen que apaguen los celulares, traen miles de cosas, pantallas de tv plana, cajas y más cajas. Ruido, risas, enojos, huele a sudor, a curry, a cardamomo... Y de repente, estoy en Calcuta, comparto el taxi con otros viajeros y en el camino hacia la ciudad no podemos creer lo que ven nuestros ojos. La India, ES OTRO MUNDO. Realmente es el lugar más auténtico que me he encontrado hasta el momento, tengo una semana aqui y son tantas las impresiones y experiencias que siento que llevo un mes.

Esta foto la tomé en el templo de Khaligat, el templo del dios de la destrucción. El lugar está lleno de sangre por los sacrificios de cabras, y de fieles que van desesperados a rendir tributo al dios de la transmutación, del fin del siclo, tras el cual vendrá un renacer.

El niño que ven vende el colorante para la piel que usan los hindúes entre las cejas, como pueden observar existen varios tipos, aun tengo que informarme para que es cada uno..

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