viernes, 21 de octubre de 2011

Pelourinho, Salvador de Bahía.

Salvador, como muchos ya saben, es la capital del enorme estado de Bahia en el nordeste brasileño. El estado cuenta con una naturaleza hermosa y radiante de la cual sólo tuve la dicha de conocer algunos puntos concretos de su larga y caliente costa. Ya en la ciudad, se respira el aire de alegría y dolor, fiesta y miseria, peligro y amor que corre por doquier por las calles salvadoreñas, recordando al foráneo que la visita que está en tierra viva y despierta,  y que a camarón que se duerme se lo lleva la corriente...

El Pelourinho es un barrio mítico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (aunque eso en el fondo no diga nada) por su belleza y por ser fiel testimonio del pasado colonial.  Pelourinho (picota en castellano) era la columna donde se exhibían las cabezas y/o cuerpos muertos de todas aquellas personas que osaban desafiar la ley católica y monárquica que era la dictadura del momento. El barrio se llama así por contar con una de estas estructuras de la muerte la cual por suerte no ví, tal vez ya ni siquiera se encuentre en pie.

Todos los martes el barrio se llena de fiesta de carnaval, una rutina que se ha desarrollado para dar vida nocturna al lugar y para vender souvenirs a los turistas que hambrientos de color encuentran en Salvador un exquisito manjar.

En pleno concierto de "baile funk" veo carteles que hablan sobre la preocupación del gobierno por la felicidad de los niños y al mismo tiempo,en la misma plaza, 4 o 5 niños de no más de 10 años recogen latas y piden monedas, todos son adictos al crack, la mayoría van descalzos, con ropas viejas y rotas pasean en frente de la policía, esa misma que de lo único que se preocupa es que no roben a los señores turistas porque si eso ocurre la gente visitará menos Salvador y el alcalde, gobernador, o hijo de puta de turno se molestará. En fin, que de lo que menos se preocupa el gobierno de Brasil es de los niños de la calle.

Salvador me recordó mucho a Venezuela, es ante todo salvaje, hermosa, llena de color y de gente que sabe sonreir de verdad, que son incapaces de hacerlo forzadamente, lugar donde la música mueve los cuerpos con calor e intensidad, donde el mar es limpio y la brisa una caricia eterna. Lugar donde la gente decidió no rendirse y a pesar de los muchos problemas e injusticias que allí existen no hay nada ni nadie que pueda arrebatarles el tesoro más grande de todos: la alegría, que junto con el arroz y feijao ( arroz y caraotas, porotos, frijoles o judias) forma parte del día a día salvadoreño.

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